No fue difícil convertir dos maderas
cruzadas en ninot o muñeco de falla mediante ropa
en desuso y cubriendo su cabeza de trapo con una
careta de cartón. Y así, con caretas que pronto fueron
rostros de gobernantes, clérigos, damas y alcahuetas,
jóvenes lozanas y maridos viejos y cornudos, se fue
montando el tinglado de la vida, explicando mediante
cartelas y en cuartetas o décimas festivas. Por haber
nacido del pueblo y criticar a aristócratas, burgueses
y eclesiásticos,
las
fallas tuvieron que vencer prejuicios
y ordenanzas municipales desde mediados del siglo
XVIII, siendo prohibidas en más de una ocasión o
teniendo que soportar impuestos que eran una barrera.